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actualizado 19 de nov. 2013
Cómplices con la vida
La prueba de que otro mundo es posible está en que somos capaces de concebirlo
Por José Carlos García Fajardo
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Es preciso comprometernos ante la terrible crisis que atraviesa el mundo. Arriesgarnos asumiendo un compromiso porque el fundamento de una esperanza surgirá en medio del mismo. Algunos se desaniman, pero no estamos en condiciones de detenernos y aguardar a que se aclare el horizonte. Todo lo contrario.

Tengo la convicción de que debemos penetrar en la noche y, como centinelas, permanecer en guardia por aquellos que están solos y sufren el horror ocasionado por este sistema que es mundial y perverso. Un grito en la mitad de la noche puede bastar para recordarnos que estamos vivos, y que de ninguna manera pensamos entregarnos, escribió Sábato.

Esta es la fuerza de las personas comprometidas, con independencia de su edad, de su nacionalidad o de su estatus social. Porque, ante todo, debemos recuperarnos como raza, como humanidad. Tenemos el deber de resistir, de ser cómplices de la vida aún en su suciedad y su miseria. ¡Ser cómplices con la vida!
Y no por esperar nada a cambio, premio o satisfacción, sino por una exigencia de justicia social, que nos fuerza a ser coherentes con nosotros mismos en la plenitud de la relación humana que radica en la comunión con el otro. Que nunca podrá ser objeto para alcanzar fin alguno, ya que el otro es y será siempre un fin en sí mismo. Afirma Sábato que nos debemos a nosotros mismos un gesto absoluto de confianza en la vida y de compromiso con el otro. Así lograremos trazar un puente sobre el abismo. Es una decisión la que en este momento nos debe abrasar el alma.

Como el auténtico honor, que no es sino un reconocimiento que la persona de bien se hace a sí misma.

Los puentes sostienen las orillas para permitir que los ríos fluyan libremente. También para acercar a las gentes y facilitar su reencuentro, pues esa es la característica de las personas dignas, que se encuentran antes de haberse conocido. Todos nos buscamos sin saberlo.

Y el camino, como sugería Kafka, consiste en ahondar en el propio corazón porque eso significa ahondar en el corazón de todos los seres humanos.

Rilke, en un momento cumbre de sus Cartas a un joven poeta dice “Es menester que nada extraño nos acontezca fuera de lo que nos pertenece desde largo tiempo.” Ese es el desafío de la libertad que da sentido a un vivir con dignidad, recuperar nuestras señas de identidad para llegar a ser nosotros mismos. Para que nadie ni nada nos vivan ni nos ordenen ni nos enajenen. Ser nosotros mismos asumiendo los riesgos para poder gritar con mansedumbre “Yo sé quien soy, y confieso que he vivido”. Si mañana no es más que una hipótesis, ni nadie nos tiene que mandar ¿a qué esperamos para sabernos en el camino, que es meta e interpelación a la vez?” Porque el amor no es un depósito, sino un flujo; no es un estanque, sino una corriente. El amor sólo existe en movimiento y se genera saliendo, no al acumularlo dentro de uno mismo, como sugiere Racionero.

La persona de criterio, con independencia de su edad o condición, se sienta a la puerta de su casa y musita con Wang Fan-chi: “He abierto un campo de tres surcos/ en la ladera de la colina./ He plantado un par de pinos/ y unas judías verdes./ Cuando hace calor, me baño en el lago;/ cuando refresca, canto en la orilla./ Soy independiente porque sé bastarme a mí mismo/ ¿Quién puede hacerme nada?”.

En las Organizaciones humanitarias, surgidas en el seno de la sociedad civil, el voluntariado es una de las mimbres fundamentales en una trama que requiere medios materiales para poder llevar a cabo sus tareas. En esa urdimbre del dolor, de la injusticia y de la soledad es preciso avivar la esperanza con la proyección de nuestros anhelos. Porque la prueba de que otro mundo es posible está en que somos capaces de concebirlo. Como todas las conquistas de los seres humanos que, en su día, fueron calificadas de utópicas cuando sólo se trataba de verdades prematuras.

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