Trump podría elegir a Hillary
De ahí la importancia de que el Comité Nacional Republicano maneje las aspiraciones presidenciales de Donald Trump con la cautela con que un experto en explosivos maneja la nitroglicerina
Por Alfredo M. Cepero 
Alfredo M. Cepero, Director de La Nueva Nación.

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Los demócratas andaban de "capa caída" con una candidata a la que habían coronado antes de sus primarias y cuyas posibilidades de ser electa estaban limitadas por sus manipulaciones, su arrogancia y su falta de credibilidad. Los republicanos miraban a las presidenciales de 2016 con la casi certeza de reconquistar la Casa Blanca. Por lo menos seis de sus precandidatos contaban con la capacidad, la trayectoria y la integridad para hacer trizas a una Hillary herida y en picada en las encuestas. De pronto se les apareció una piedra en el camino llamada Donald Trump. Y, de ahí en adelante, cambiaron las predicciones, las apuestas y hasta las proyecciones de los más experimentados analistas políticos. Yo, de todas maneras, voy a opinar sobre el tema.

Por ejemplo, en respuesta a la nueva situación, las dos últimas dinastías políticas norteamericanas, los Bush y los Clinton, observan el terreno, mueven fichas y se preparan para un tipo de confrontación diferente a la que vislumbraban hace un par de meses. Aunque ambas dinastías cuentan con fondos siderales para comprar votos y conciencias los Clinton son los mejor parados. Además de la complicidad de la prensa y el apoyo de la Casa Blanca, Hillary cuenta con el voto duro de una izquierda que jamás votaría por Trump o por ningún candidato republicano. La derecha, como ya sabemos, se divide a la hora de las elecciones. La izquierda, por el contrario, se aferra con fuerza fanática a sus candidatos sin importarle su capacidad o sus credenciales.

Por eso pienso que, de postularse por un tercer partido, Trump podría restarle hasta un 19 por ciento de la votación total a Jeb o a cualquier otro candidato republicano. La misma proporción que le restó Ross Perot al primer Bush en las presidenciales de 1992 y que puso a Bill Clinton en la Casa Blanca con sólo el 43 por ciento de los votos. La repetición de este fascinante drama político tiene a los Clinton brindando con champagne en su lujosa mansión de Chappaqua y a los Bush combatiendo su flojera intestinal con kaopectate en Texas y en La Florida.

Por lo tanto, los republicanos confrontan un reto de vida o muerte para la nación y para su partido. Los Estados Unidos no podrían aguantar otros cuatro años de las políticas desastrosas y divisionistas de Barack Obama sin perder su poderío y su influencia económica en el mundo. Y ambos andan de la mano. Sin el respeto de aliados y el temor de adversarios se pierden los mercados internacionales y sufre la economía doméstica. Al mismo tiempo, un Partido Republicano con tres derrotas consecutivas en elecciones presidenciales perdería el atractivo para unos conservadores ya cansados de sus debilidades y sus componendas. Y, como bien lo dijo en su momento Ronald Reagan, un nuevo partido no solucionaría el problema sino lo complicaría.

De ahí la importancia de que el Comité Nacional Republicano maneje las aspiraciones presidenciales de Donald Trump con la cautela con que un experto en explosivos maneja la nitroglicerina. Si bien no puede solidarizarse con las barbaridades que dice Donald Trump o sucumbir ante sus exigencias, tampoco puede tratarlo como un paria dentro del partido o un payaso en el proceso de sus primarias. Este hombre tiene un ego monumental, padece de una narcisismo enfermizo y cuenta con un capital personal de 10,000 millones de dólares que le permite comprar publicidad, prescindir de donantes y confrontar adversarios, incluyendo al propio Partido Republicano. Su renuencia a comprometerse a apoyar al candidato que postule el partido como resultado de sus primarias es una amenaza nada disimulada que, aunque no puede ser aceptada, tampoco puede ser ignorada.

Por otra parte, el repentino e inesperado respaldo a Donald Trump en las encuestas no es resultado de su popularidad personal sino del contenido de su mensaje y de su forma de llamar "al pan, pan y al vino". Por su parte, el "Donald" no cree en partidos ni tiene principios porque él se considera más grande que cualquier partido y respeta solamente los principios que convienen a sus intereses y a sus caprichos. Es un pedante y un engreído pero ha tenido el coraje, el dinero y la notoriedad para denunciar arbitrariedades que muchos norteamericanos han querido denunciar por muchos años y no han sido escuchados. La seguridad en las fronteras es inexistente y el destartalado sistema de inmigración una patente de corso de las izquierdas para obtener votos y de las derechas para explotar una mano de obra barata. Demócratas y republicanos son igualmente culpables.

Todo esto ha sido ilustrado por estadísticas sobre el aumento del crimen en los Estados Unidos como consecuencia del fallido sistema inmigratorio que son realmente aterradoras. Según la erudita Heather Mac Donald, del Instituto Manhattan, "En la ciudad de Los Ángeles, el 95 por ciento de todas las órdenes de arresto por homicidio son expedidas contra extranjeros ilegales. Y hasta las dos terceras partes de todas las órdenes de arrestos por felonías son emitidas contra extranjeros ilegales".

Al mismo tiempo, el Buro Federal de Prisiones informa que el 26 por ciento de los reclusos en prisiones federales no son ciudadanos norteamericanos. Esto de una población que representa el 8.6 por ciento de todos los adultos residentes en los Estados Unidos. Por su parte, el Buró Federal de Investigaciones informó que el 57 por ciento de los fugitivos más buscados en 2009 no había nacido en los Estados Unidos.

Y, según datos aportados por el representante federal republicano por Iowa, Steve King, doce norteamericanos son asesinados todos los días por inmigrantes ilegales. Si sus estadísticas son correctas, 4380 norteamericanos son asesinados todos los años por extranjeros ilegales. Comparemos estas cifras con los 4,491 soldados norteamericanos muertos en Iraq en los 11 años comprendidos entre 2003 y 20014 (409 por año) .
No en balde los norteamericanos no confían en sus gobernantes.

Encuestas recientes han arrojando resultados ominosos. Por ejemplo, contemplados en su totalidad, el 30 por ciento de ellos están indignados con el Gobierno Federal, el 55 por ciento dice estar frustrado con el mismo y solamente el 12 por ciento de la ciudadanía dice confiar en lo que el Senador Ted Cruz ha llamado la "mafia de Washington". Y cuando comparamos las cifras relativas a demócratas y republicanos, el partido del elefante se lleva la peor. Uno de cada tres demócratas (28 %) dice confiar en el gobierno federal mientras que solamente el 10 por ciento de los republicanos confía en el gobierno.

Independientemente de cualquier opinión, ya sea a favor o en contra, Donald Trump ha tocado un nervio sensible que los políticos profesionales, sobre todo los republicanos, cometerían un craso error en ignorar. No sería aconsejable que utilizaran su retórica ofensiva ni su estilo agresivo para deshumanizar a sus oponentes. Solamente Trump, por las razones que he apuntado, puede darse ese lujo que estoy convencido está perjudicando al partido y terminaría con la elección de Hillary Clinton como presidente.

Pero tienen que dejar de andarse por las ramas y tener el coraje y la honradez de decirle la verdad a su pueblo. Mi consejo: no desciendan a la verborrea de Donald Trump, aborden con claridad los temas que preocupan a sus partidarios, fijen sus posiciones sin ambigüedad y, si resultaran electos, cumplan sus promesas de campaña. Se les acaba el tiempo y, si no oyen este consejo, también se les acabará el poder.





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