actualizado 22 de dic. 2014    
Papa cuestiona “terrorismo de los chismes” en el Vaticano
Y otros males
Redacción Central
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Ciudad del Vaticano - En su mensaje de Navidad a los colaboradores de la Curia Romana, el Papa advirtió contra las 15 “enfermedades” que afectan a quienes trabajan en el Vaticano: desde el “terrorismo de los chismes” a la “esquizofrenia existencial”.

Durante un encuentro con cardenales y obispos en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, Francisco invitó a los miembros de la Curia a un “verdadero examen de conciencia” y trazó el “catálogo” de las tentaciones que podrían convertir a un religioso en un burócrata.

Puso en guardia, en primer lugar, contra el “sentirse inmortal o indispensable” que afecta a una Curia que no hace autocrítica, que no se actualiza y no trata de mejorarse.

Sostuvo que se trata de la enfermedad de quienes “se transforman en dueños y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Esta deriva a menudo de la patología del poder, del ‘complejo de los elegidos’, del narcisismo”.

Siguió con la “enfermedad del excesivo trabajo, de aquellos que nunca descansan y recordó que Jesús “llamó a sus discípulos a ‘descansar un poco’, porque descuidar el necesario reposo lleva al estrés y a la agitación”.

Añadió el mal de la “fosilización mental y espiritual” que ataca a aquellos que pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden bajo los papeles, “convirtiéndose en máquinas de prácticas y no en hombres de Dios”.

También incluyó otros padecimientos de la Curia como la “planificación excesiva y minuciosa”, la “mala coordinación que afecta al armonioso funcionamiento y la comunión de equipo”.

Habló del “Alzheimer espiritual”, es decir “una pérdida progresiva de las facultades espirituales” que “provoca serias discapacidades en las personas”, haciendo que dependan de sus propias pasiones, caprichos y manías.

Calificó de enfermedad a la “indiferencia hacia los demás”, que se presenta cuando “cada uno sólo piensa en sí mismo y pierde la sinceridad y el calor de las relaciones humanas”.

“Cuando la apariencia, los colores de la ropa o las medallas se convierten en el primer objetivo de la vida” se da el mal de “la rivalidad y la vanagloria”, constató. “Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir un falso misticismo”, añadió.

Se refirió a la “esquizofrenia existencial” de quienes tienen “una doble vida, fruto de la hipocresía típica del mediocre y del progresivo vacío espiritual que licenciaturas o títulos académicos no pueden llenar”.

Dijo que este problema sorprende a los que abandonan el servicio pastoral, se limitan a las cosas burocráticas, perdiendo de esta manera el contacto con la realidad y con las personas concretas, creándose así un mundo paralelo en el cual condicen una “vida oculta” y a menudo disoluta”.

Cargó contra el “terrorismo de los chismes” perpetrado por personas que se convierten en “sembradores de cizaña” y “homicidas a sangre fría” de la fama de los propios colegas y hermanos, que en realidad son cobardes porque hablan a espaldas de la gente.

Alertó contra el defecto de “divinizar a los jefes” y cortejarlos para hacer carrera cayendo en el “oportunismo”. “Viven el servicio pensando únicamente en lo que deben obtener y no en lo que deben dar. Son personas mezquinas, inspiradas solamente por el propio egoísmo”, explicó.

Incluyó en el elenco las enfermedades de la “cara de funeral” y de la acumulación, cuando se intenta llenar el vacío existencial en el propio corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad sino sólo para sentirse seguro.

Según el Papa también se da el síndrome de los “círculos cerrados”, donde la pertenencia “a un grupito” es más fuerte que la pertenencia a la Iglesia: un problema que esclaviza a los miembros convirtiéndose en un “cáncer”.

Cuando el cristiano transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener provechos mundanos se da el mal del “exhibicionismo”, constató.

“Es la enfermedad de las personas que tratan infatigablemente de multiplicar poderes y por este objetivo son capaces de calumniar, de difamar y de desacreditar a los demás, incluso en periódicos y en revistas. Naturalmente para exhibirse y demostrarse más capaces que los demás”, apuntó.

Nunca hablar mal de los demás

Hablar mal de alguien equivale a venderlo. Como hizo Judas, que vendió a Jesús por treinta denarios. Y precisamente partiendo del pasaje del Evangelio de Mateo que anuncia la traición de Judas Iscariote, en la breve homilía de la misa celebrada el miércoles 27 de marzo en la capilla de la «Domus Sanctae Marthae», el Papa Francisco puso en guardia ante el chisme. Con una invitación explícita: «Nunca hablar mal de otras personas».

En la celebración estaban presentes, como ya es costumbre, algunos empleados del Vaticano, entre ellos un grupo de la Limosnería apostólica y otro del Servicio de teléfonos vaticanos, acompañados respectivamente por el limosnero de Su Santidad, arzobispo Guido Pozzo, y por el director de Telecomunicaciones, padre Fernando Vérgez Alzaga, L.C., que concelebraron.

El Papa quiso hacer una reflexión sobre el gesto realizado por Judas, uno de los amigos de Jesús, que no duda en venderlo a los jefes de los sacerdotes. «Jesús es como una mercancía: es vendido. Es vendido en aquel momento -subrayó- y muchas veces también en el mercado de la historia, en el mercado de la vida, en el mercado de nuestra vida. Cuando nosotros optamos por los treinta denarios, dejamos a Jesús de lado».

Cuando hablar se convierte en habladuría, murmuración, -según el Papa- «esto es una venta» y la persona que está en el centro de nuestra murmuración «se convierte en una mercancía. No sé por qué -dijo el Pontífice- pero existe una alegría oscura en el chisme». Se comienza con palabras buenas, «pero luego viene la murmuración. Y se empieza a despellejar al otro».

Deberíamos pensar que cada vez que nos comportamos así, «hacemos la misma cosa que hizo Judas», que cuando fue a los jefes de los sacerdotes para vender a Jesús, tenía el corazón cerrado, no tenía comprensión, no tenía amor, no tenía amistad.

Así, el Papa Francisco volvió a uno de los temas que él más quiere, el del perdón: «Pensemos y pidamos perdón», porque aquello que hacemos al otro, al amigo, «lo hacemos a Jesús.

Porque Jesús está en ese amigo». Y si nos damos cuenta de que nuestro hablar puede hacer mal a alguien, «recemos al Señor, hablemos con el Señor de esto, por el bien del otro: Señor, ayúdale». No debo ser yo -concluyó- quien «haga justicia con mi lengua. Pidamos esta gracia al Señor».

Al término de la celebración el Santo Padre se recogió en oración al fondo de la capilla. Después esperó a todos los presentes a la salida, para saludar a cada uno: para todos una palabra, una sonrisa, un aliento y una felicitación por la inminente Pascua.

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