Elisabeth Kalhammer era conocida como Lisbeth en la residencia de Hitler.
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BERLÍN - “Podía pensar, pero no hablar”, con esta frase, que fue una de las primeras instrucciones que obtuvo la joven Elisabeth Kalhammer cuando después de aceptar a un anuncio de un periódico terminó trabajando como empleada doméstica de Adolfo Hitler en el año 1943.
Años más tarde, Kalhammer recordó a través de una entrevista publicada por el diario austriaco Salzburger Nachrichten las experiencias dentro de la casa del dictador en Berchstesgaden, uno de los puntos que eran más idílicos de los Alpes bávaros.
El aviso decía: ‘Se busca empleada doméstica. Lugar de trabajo: Berghof en Obersalzberg, en la Baviera Berchtesgaden’, decía el anuncio para la que era la segunda residencia de Hitler.
Cuando aplicó
La Oficina de Empleo de la localidad austriaca de Wels seleccionó entre todas las solicitudes la de la entonces joven de 18 años. Sin embargo, muy distante a encontrar la felicidad por el chance, la mujer que en la actualidad es una anciana de 89 años admite que sintió miedo la primera vez que arribó al que sería su lugar de trabajo hasta que terminara la Segunda Guerra Mundial.
Su madre le había hecho el pedido que no fuera, pero la mujer de la Oficina de Empleo le dijo que tenía que estar agradecida por grandiosa oportunidad por la que miles de jovencitas estarían magnetizadas. Así acabó empacando sus maletas y después de pasar por dos puestos de control de las SS, arribó a la casa de Hitler. “La casa estaba llena de invitados y el Führer estaba allí”, recordó sobre su llegada.
Las reglas del trabajo
Inmediatamente le fueron dichas las reglas de la casa: “Lo que se hable en la casa, no puede salir bajo ningún concepto de ella. Las faltas serán castigadas con la prohibición de poder salir de casa”.
De inmediato Kalhammer se dio cuenta del funcionamiento de la residencia de descanso de Hitler. Sólo los trabajadores con años al servicio del Führer eran permitidos ingresar a las calificadas “salas privadas” del dictador. Lisbeth, como se le conocía en la residencia, además de pasar sus horas lavando o cosiendo, también las pasó limpiando.
También habla de Eva Braun
Sobre la compañera sentimental de Hitler, Eva Braun, Kalhammer la conmemoró como una “mujer elegante”, que usaba trajes a la última moda, que deleitaba de la visita de sus amigos y que era “un gran amor”.
Braun actuaba en Berghof como la dueña de la casa, a pesar que no estuviera casada con Hitler, recuerda la antigua empleada del hogar que tenía que andar vestida de mandil blanco y que en una Navidad recibió lana de Braun para tejer calcetines para los hombres en el frente, uno de los cuales mandó a su hermano.
La pasión de Braun
Kalhammer recuerda también la pasión de Braun por la actriz austriaco-alemana Marika Rökk. “En Berghof había una sala de cine. La novia del Führer se preocupaba porque las jóvenes tuvieran algún sitio donde sentarse cuando proyectaban una película de Rökk”.
“Por suerte nunca me encontré con Hitler y no tuve que hablar con él”, indicó la mujer que nunca quiso hacer el cuento de sus experiencias trabajando para el dictador durante la época del Tercer Reich hasta la fecha.
Sin embargo, aunque la joven no hablara con el que era uno de los hombres más temidos de Europa, tenía que estar al tanto de todas sus manías.
Más detalles
“Seguía una estricta dieta para la que tenía a su propia cocinera y sólo bebía agua caliente. Pero bien entrada la noche, Hitler se escabullía a la cocina donde debía haber uno de los conocidos como ‘pasteles del Führer’: un pastel de varias capas de manzana con nueces y pasas”, revela.
“Cuando Hitler salía en alguna ocasión a pasear fuera, estaba prohibido observarlo. Sólo podíamos verlo a través de las cortinas”, asegura.
El 14 de julio de 1944 fue la última vez que observaron a Hitler en Berghof, seis días antes del atentado en su contra del que salió ligeramente herido.
“A partir de ese momento, creció el nerviosismo en Berghof, y los trabajadores debían comenzar a llevar los tesoros de Hitler al búnker para el que había que bajar 95 escalones”, indica. Entre las cosas que había que cargar dentro del búnker había un “enorme” número de libros, cuadros y espejos.
El final de su empleo como doméstica
En el momento que los aliados iniciaron a acercarse a la zona, se prohibió a las jóvenes huir de la casa. Para ello les dijeron todo tipo de cuentos horribles de lo que les iba a pasar: “Nos contaban que los negros venían a cortarnos el pelo y a violarnos”.
Pero quebrantó la orden y escapó. Con el apoyo de una amiga llegó dos días antes del final de la guerra a casa de su madre y hoy en día vive en la ciudad de Salzburgo, en Austria.